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Lo problemático de una situación tiene que ver más con aquello que hacemos para intentar resolverla, que con la situación en sí misma.

Frecuentemente, con la ilusión de estar cambiando algo, en realidad solo estamos rodeando el problema y volviendo al mismo punto de partida, con desgaste e impotencia por el esfuerzo realizado. En otras palabras, nos autoengañamos pensando que nuestras acciones están conduciendo a una salida, pero tal como cuando se tiene una pesadilla: uno puede correr, enfrentar, paralizarse o cambiar de lugar, pero la única forma de salir es despertar.

Este salto en la percepción de la realidad es lo que se busca lograr a través de la terapia. Una buena terapia hace que el cambio sea inevitable.

Los cambios ocurren espontáneamente en la vida cotidiana. Resolvemos problemas cada día, con nosotros mismos, con nuestros compañeros de trabajo o familias y con el mundo en un sentido más amplio haciendo que con el tiempo comencemos a vivir siguiendo un mapa que nos ha sido útil en el pasado para orientarnos.

Desde nuestro abordaje terapéutico nos centramos en comprender cómo persiste esa circularidad viciosa entre soluciones intentadas fallidas y persistencia del problema para generar el cambio deseado identificando aquellas acciones terapéuticas precisas y útiles – a partir de la evidencia y la experticia- creando así una terapia hecha a medida de quien consulta y no a la inversa.

Las complicaciones aparecen cuando buscamos repetir lo que nos ha funcionado antes en una situación totalmente diferente. Con las mejores intenciones ponemos en marcha una solución que no funciona convirtiendo la dificultad en un problema y el problema en una patología.

Si a pesar de todo lo que has hecho, por tí mismo o por una persona cercana, las cosas parecen no mejorar